UN LEGADO ETNOGRÁFICO SINGULAR:
LAS FUENTES DEL TÉRMINO DE TORO
Desde hace años la curiosidad y la afición me llevaron a estudiar y admirar esas estructuras perdidas y
olvidadas que nos asaltan en el lugar más insospechado o remoto de esas 35.000 hectáreas que integran el
término de Toro; al mismo tiempo me ha llamado la atención el escaso o nulo interés que suscitan. Y lo más
doloroso es ir comprobando cómo las dejamos caer sin inmutarnos. Incluso los propios campesinos,
herederos del espíritu ancestral de sus abuelos, que las alzaron, las cuidaron y las protegieron, son con
frecuencia los autores del atentado. Sin embargo, es preciso reconocer que las fuentes han resistido las
agresiones un poco mejor que las "tudas", las alquerías o casas rústicas. Aún podemos contemplar un
centenar de fuentes, que parecen querer aferrarse a la supervivencia ofreciendo una tenaz resistencia frente
a tanto olvido, tanto abandono y tantas agresiones.
En estos últimos años he ido comprobando el paso inexorable de la ruina del tiempo, cuando no de la
barbarie del hombre, que ha hecho desaparecer más de una docena de fuentes como la Mesa, Valdeusenda,
Cañero, Valorio, La Raposa, el Hospital, Valderrodrigo, el Cristo, Casa Carbajosa, Villabeza, regato
Confiteros, El Tollo, las de la Casa Alonso en el Vao, la de la Carretera de Zamora. Otras, que conocí con
agua y en buen estado, son hoy una verdadera ruina, o están a punto de serlo, y resultan ya difícilmente
rescatables en su estructura primigenia; este es el caso de La Loca, Verdejillo, Cartagena, Cagataderas, Los
Sevillanos, La Quintana, las de la casa Periles, Ias de la Casa del Tío Carpio el Judío, La Francesa, Las
Barridas, El Caño de Paredinas y la de la Casa de Palomar entre otras. Cada vez que hago un recorrido por
ellas llevo el corazón en un hilo porque temo que me hayan transformado un paisaje o aniquilado una fuente
especialmente hermosos y que ya sólo voy a poder contemplarlos en la memoria personal, y
desgraciadamente no es infrecuente encontrarme ante una nueva imagen de la desolación.
I
Con Ia aniquilación de esas fuentes y paisajes desaparece un patrimonio cultural, etnográfico, sentimental y
estético con muchos siglos de historia, una parte de nosotros mismos, de nuestra memoria, porque son las
huellas dactilares del espíritu de todo un pueblo que no ha sabido o no ha querido mirar a su pasado más
noble, a la historia ancestral de aquellos campesinos que durante siglos ordenaron su vida y sus sudores con
el auxilio básico de esas humildes afloraciones de agua. Por eso, podemos afirmar que con la muerte de
cada fuente muere una parte de nuestra historia. Durante siglos, las fuentes marcaron puntos de referencia.
lugares de encuentro y despedida,, trazado de caminos, lindes, nostalgias, canciones y leyendas.
Resulta triste reconocer que el tiempo borra pronto las huellas del hombre anónimo, los afanes de una
leyenda de silencios escrita tan sólo sobre el polvo de los antiguos caminos por labriegos y pastores,
trajineros de afanes y esfuerzos callados, cotidianos, que no tienen épica ni leyenda, ni siquiera voz. Sin
embargo nos dejaron una parte de su espíritu en esas humildes construcciones. Y en ellas, perdidas en el
envés de la historia, permanece el eco entrañable de otras épocas como un hilo sutil que hilvana la memoria
de las cosas, de los hombres, de los días. Esa es su escritura, de trazo tosco, pero que nos comunica, si
sabemos interpretarla, al misterio de un código oculto, aún vivo y necesario. Por medio del conocimiento de
esas fuentes, construidas muchas de ellas en los albores de la Edad Moderna, aún podemos intentar rescatar
las pulsaciones del corazón antiguo de unas gentes y unas costumbres sociales y laborales ya
definitivamente arrinconadas.
Sin duda alguna los escasos años de los últimos cinco lustros han resultado más letales para este patrimonio
antropológico que todos los siglos anteriores. Se han destruido cañadas y caminos centenarios, se han
cegado tudas y hontanares, se han esquilmado estructuras arquitectónicas de fuentes a las que ni la humildad
de sus materiales han librado de la mezquindad del hombre de nuestros días.
Esas fuentes de entrañable vitalidad o de estremecida agonia contienen el reflejo de la infancia y de los
sueños de muchos toresanos, o al menos una señal de nuestro pasado colectivo. Por eso, recuperarlos,
evocar sus enigmas, es un acto de fidelidad a nuestras raíces, una forma de reconquistar nuestra historia, de
iluminar nuestro espíritu para hacernos dueños de lo que nombramos, de lo que amamos. Sin su imagen, sin
su conocimiento' sin su presencia herida y luminosa, Seremos más pobres, menos dignos, pues nos faltaría
el aval de la –memoria y el respeto a los que nos precedieron. ¡Cómo renunciar a esa lección de vida, el don
gratuito de su verdad, de su belleza...! Sería un pequeño suicidio moral y cultural en el que espero que no
sigamos cayendo.
Recorrer la fuentes rurales de Toro supone, además de gozar del atractivo de las mismas, un magnífico
pretexto para conocer y disfrutar de las imágenes de una tierra con mil rostros cambiantes y, a través de ese
contacto, hermanarse con Ia esencia más auténtica y pura de la naturaleza: árboles centenarios, bosques de
grandes proporciones casi vírgenes aún, tesos solitarios dueños de la luz y de las inmensas panorámicas,
amplios valles de humedal, tudas y restos humildes de antiguas construcciones rusticas, breves islas de altos
álamos que nos señalan vallinas o navas de espontáneo frescor, parameras desoladas de tierras grises,
barbechos y senaras de reposo, interminables sembradíos verdes donde el sol Se adormece, eriales de
sed, oscuros cantadales, vargas luminosas, josas de frutales tentaciones, viñedos rozagantes, sotos, vientos,
alondras, soles, silencios, soledades..,
Por eso, esta pequeña guia pretende abrir una ventana hacia el deslumbramiento, la emoción o la belleza de
unos paisajes tan cercanos como desconocidos; tal vez nos enseñe a mirar y no sólo a ver, a tocar el corazón
de la tierra, a escuchar sus latidos. Las fuentes pueden ser un buen acicate para conocer y amar un
patrimonio único irresponsablemente olvidado, despreciado y en peligro de una definitiva desaparición. Pero
la complejidad y la gran extensión del término, solitario y deshabitado, pueden convertirse en una invitación a
la aventura, pues es fácil perderse por los caminos que, como un inmenso laberinto de rutas, direcciones,
recodos y abruptas desapariciones en medio del polvo o de los pinos, nos harían peregrinos llenos de susto y
desconcierto. En todo caso, esta guía será el mejor hilo de Ariadna que nos ayude a salir del apuro, nunca
muy peligroso, de quien se adentre a ciegas en las entrañas de unas tierras con más pliegues y enigmas de
los que aparentemente vemos.
Los caminos conforman una tela de araña que tienen el encanto de los horizontes desconocidos, la intriga de
la ruta hacia la luz y la sorpresa. Cuando los recorremos por primera vez debemos caminar por ellos como
por un espacio abierto hacia el posible prodigio, pues los campos siempre tienen un hechizo, una luz o un
pliegue que deslumbran a quien es capaz de sentir la belleza de las cosas sencillas. Además, los caminos no
terminan nunca, cambian de nombre o de dirección, de tamaño o de firme, se alternan el color del polvo o de
las tierras linderas, se hacen de pronto angostas trozas, caminos carreteros, sendas de herradura, amplias
cañadas o mínimos senderos, pero se resisten, como los soñadores, a las ataduras de la inmovilidad.
Cuando seguimos atentamente su estela, descubrimos la mutabilidad de los paisajes, los matices de la luz,
los colores de Ia tierra, las huellas remotas de otras vidas, las roderas de otros sueños, incluso la evocación
de los cantares antiguos de los campesinos que regresaban de la arada al declinar la tarde del otoño.
Aquellos tramos o viales secundarios que no han sido borrados por los nuevos trazados, los que mejor
guardan las huellas del tiempo (cañadas polvorientas, sendas borrosas, caminejos hondos y desgastados
durante siglos por los pies de los hombres y las bestias), nos muestran aún, como ocurre con las fuentes, la
magia de un espacio congelado: restos de las hileras de viejos almendros carcomidos por el tiempo, pero
vivos todavía, como heroicas escoltas que siguen vigilando la ruta y poniendo una caricia de sombra y frescor
sobre la grieta abierta por soles y vientos
Pero siempre, en el recodo más inesperado, cuando el caminante parece abrumado por la desolación o el
desamparo de los áridos parajes que la fatiga hace interminables, nos sorprende un soto encantado, un
grupo de álamos o escaramujos que velan la silenciosa rnúsica de una fuente dormida. Hundir las manos en
el frescor estremecido del arca es como recobrar las sensaciones más prístinas y remotas de nuestra
memoria. Esos deslumbramientos sencillos, esas sorpresas ocultas en el corazón de los caminos resultan
tan gratificantes que en ellas aprendemos a interpretar el lenguaje íntimo de la tierra, como los pájaros, los
caracoles o lo s pequeños animales que nunca olvidaron, como el hombre, ese idioma cifrado con el que se
comunica la naturaleza. Si aprendemos ese código ya nunca arrasaremos la belleza y respetaremos el sabio
equilibrio que rige la vida.
Así pues, este manual de fuentes y caminos es tan sencillo como ambicioso' No sólo quiere ser una guía
orientadora de hontanares y soledades, sino un roce de emociones que vienen del misterio, un paréntesis de
luz y de polvo donde quepan sueños y silencios' una invitación a la sabiduría y a la belleza.
Si logramos una mínima parte de esos objetivos nos sentiremos muy satisfechos- En esta enumeración de
caminos, fuentes, pagos y paisajes desvelamos solamente una pequeña parte de las infinitas posibilidades
que nos ofrece el variado microcosmos del término Toro. pues pensamos que para gozar del asombro de
esas cosas sencillas y misteriosas como un pájaro que acaricia las espigas en su vuelo¡ no hace falta
recorrer lugares remotos ni dar vueltas al mundo. La belleza nos cae mucho más cerca, basta tomar un
bastón de caminante, un hato al hombro, y echarse a andar; él asombro nos espera detrás de cada curva de
esos caminos de sed y arena, tal vez después de ésa experiencia aprenderemos a interpretar los enigmas
de la naturaleza, la soledad de los pagos perdidos, la música del viento en los pinares, el perfume de la lluvia
o del cantueso, el latido de nuestra propia sensibilidad, en definitiva, habremos encontrado, como nuestro
vecino Fray Luis de León, "la escondida /senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han
sido".
Y esto es todo, porque bien sabemos que to difícil y lo importante de la belleza y de la felicidad no es
describirlas, sino descubrirlas.
MANUEL OTERO TORAL